En 1913, un año antes de su muerte, el ilustre estadista tucumano Julio Argentino Roca recibió en su casa al periodista Joaquín de Vedia. En el libro “Cómo los vi yo”, se reproduce la entrevista.
En un momento dado, hablaron del cambio fundamental que significaba la ley Sáenz Peña, al dejar en manos del pueblo la decisión sobre quienes gobernarían. “Todos los gobiernos del país han sido electores, desde Urquiza en adelante, con más o menos desenfado en los procedimientos, pero de todas maneras electores”, reflexionaba Roca.
“Unos han dirigido, sencillamente, y otros han maniobrado, y esa es la diferencia esencial. Pero sólo la estupidez o la perversidad han podido creer que alguno de los que hemos gobernado así, usábamos de la influencia oficial, de los recursos del mando, para favorecer a este y contrariar las ambiciones de este otro”.
Seguía: “No, lo que hubo es que todos los que gobernaron, todos los que tuvieron conciencia de la fragilidad de los elementos puestos en sus manos y el sentimiento de sus responsabilidades, se aplicaron constantemente, en continua lucha, a defender estas dos cosas esenciales, siempre en peligro: el principio de autoridad y la unión nacional, contra las fuerzas, latentes pero siempre en acecho, de la rebelión, de la anarquía, de la disolución”.
Eran tiempos de montonera, de caudillismo, de desquicio que amenazaban la cohesión. El temor a eso “hizo necesario a los gobiernos el hacerse electores”. Lo resolvieron así “para robustecer el estado, para dar unidad a los poderes del Estado y fuerza efectiva al principio de autoridad”.